7/16/2009

QUE M SE VAYA A LA MIERDA

Creo que M se ha hecho merecedora de este post. La otra noche salí con ella y su actuación me dejó menos perplejo que decepcionado. Para contextualizar diré que conozco a M hace años. Tres años, si no me falla el cálculo. En ese lapso, nos hemos besado un par de veces, pero nunca ha ocurrido nada auténticamente serio entre nosotros. M siempre me ha gustado y ella lo sabe; y creo que hay cosas de mí que le atraen, pero que, supongo, le resultan insuficientes para enseriar una relación conmigo. Es en nombre de esa suerte de eventual química -y a pesar de que es una engreída fatal y de que se computa la penúltima chupada del mango - que de vez en cuando la invito a salir (y de cuando en vez, ella accede). Me resulta guapísima, no lo puedo negar, y si no he roto el débil contacto que nos une es porque tengo la secreta expectativa de una futura coincidencia sentimental. O mejor dicho, TENIA la expectativa. Después de lo que sucedió el jueves, creo que M es un capítulo que debo cerrar, en el supuesto discutible de que alguna vez haya estado abierto.

Nos decidimos encontrar a las afueras de mi xamba con el pretexto de conversar su reciente salida de la universidad por motivos económicos. M es universitaria, estudia Educación Especial y al igual que mis otras dos Ex enamoradas forma parte del staff de mi pasado con ese mismo futuro van a ser Educadoras Especiales. Por teléfono, le dije para ir a comer algo al Centro. Aceptó, advirtiéndome que tendría que regresar temprano a su casa porque al día siguiente entraba a estudiar a las 8 a.m. Le aseguré que no habría ningún problema.

Tal cual lo planeé, la espere, pero se demoro unos 45 minutos yo solo me digne a esperar 20 minutos y me fui, al llegar a mi casa, me llamo y decidimos vernos otra vez ya en la noche, me tome un taxi apurado y me fui raudo para encontrarme con ella. Me encontré con ella unos quince minutos después y estábamos animados por habernos encontrado. La conversación estaba animada: intercambiamos chismes sobre amigos en común, canjeamos un par de risas y por ahí hasta un guiño medio coqueto. De no haber sido por un par de bostezos que J no supo disimular, diría que la estábamos pasando bastante bien. Tras haber pedido una Limonada y ella comer - la tenté para ir ver una película. Inesperadamente dijo que sí, olvidándose de sus responsabilidades y alimentando mi ilusión acerca de las singulares satisfacciones que la noxe podía depararme. "Hoy la hago", me la jure en la recóndita oscuridad de mi laxada conciencia.

Al final, después de pagar la cuenta (la cual, por cierto, asumí enteramente con los dos últimos billetes de mi billetera) nos dirijimos rumbo al cine. Mientras caminábamos, viéndome acompañado de una chica tan guapa, me sentí un tipo con suerte. Y fue con ese aire de bacanería que hice mi ingreso estelar por las escaleras del local. No me importaba haber tenido que pagarle la entrada a J. Esta era mi noche y si tenía que invertir en ella, pues lo haría sin reparo de ningún tipo.

Una vez adentro, nos ubicamos para pedir la canchita. Le invité a M algo que quisiera, y de pronto se le ocurrió ver su celular. Menciono ese detalle porque fue a partir de él que se desencadenó toda mi nocturna desgracia de fin de semana. Como yo estaba comprando la canchita vi que alguien se animo a mandarle un mensaje de texto diciendo donde se encontraba, así que encontré normal que J buscara entre las personas cercanas a alguien que la conociera. Fue en ese instante que apareció la diligente mano de un tipo que le toco su hombro a ella , no contento con hablar con ella M, empezó a conversarle. No me pareció raro: quizá ella le resultaba conocido o tal vez la confundió con otra persona. No había que ser mal pensado. Además, estaba claro que M había venido conmigo, así que esa charlita incipiente tenía que ser finiquitada en cualquier momento.

Pasaron cinco minutos y la situación no cambió. Evalué velozmente la posibilidad de insinuar mi incomodidad con alguna señal (no sé, un carraspeo, una tos compulsiva, un falso estornudo), pero justo ahí comenzo el llamado para ir a ver la pelicula, yo aliviado porque ella iba a terminar su conversación con aquel tipo que con su presencia disimulaba mi malestar lo que en ese instante era solo una circunstancia adversa pero que estaba a punto de convertirse en un papelón redondo. Improvisé con M un diálogo de lo más banal, mientras el tipo la vigilaba a M, que a esas alturas parecía estar sumamente interesada en prolongar indefinidamente el encuentro con el simpatiquísimo y comedido sujeto del sms.

Traté de aplacar mi iracunda desazón pensando que a lo mejor la pobre M no sabía cómo quitarse de encima al fanfarrón ese, y que en el fondo lo que esperaba era que se vaya y me dejara ver mi película a ella y a mi. Sin embargo, cuando vi que el tipo nos seguía le increpe: ¡que va a venir con nosotros! ella se rio no entendí la risa asi que disimule y segui caminando a los asientos buscando solo dos; para ella y yo pero M dijo vamos a esos están vacios nos sentamos los tres ella al medio y siguiendo su conversación y vi que solto una carcajada como no se había reído en toda la noche y que le daba al invasor todita la pelota que no me había dado a mí en todos los seis años que la conozco, enfurecí de rabia (o si prefieren, monté en cólera).

Dije ya vuelvo y di un par de vueltas por el local para tomar el aire que la indignación me estaba quitando, pero cuando regresé al escenario del crimen me percaté de una escena que marcó el colmo de lo soportable: Mister X estaba tomándose, muy campante, la gaseosa y la canchita que yo -Don Pepelmas- le había comprado a M apenas llegamos. "Esto es humillante: le estoy financiando la juerga al maldito usurpador", desvarié.

Imaginarán lo completamente relegado y ridiculizado que me sentí. Lo peor de todo es que M la estaba pasando genial, así que no tenía ningún sentido que yo interviniese. ¿Qué podía decirle? ¿Recordarle que habíamos venido juntos? ¿Echarle en cara la cancha que le regalé, amén de la entrada al cine de la que ahora solo quería escapar? ¿Decirle que era una canalla, una chupasangre, por consentir tamaño maltrato? Si lo hacia, me hubiera coronado inmediatamente como el imbécil del siglo.

Me refugié en mi asiento por un momento, soportando las arcadas que me producía el hecho de recordar que había sido precisamente yo quien insistió en que vayamos a bailar a ese lugar esnob, atorrante y caro.
Sin valor para despedirme de M, huí del local, atravesado por una trepidante sensación de estafa y una incurable sed de venganza. Sentía que había hecho todo el trabajo sucio y que era otro el que se estaba quedando con las regalías. Sentía que había escrito el libro y que era otro el que cobraba los cuantiosos derechos de autor. Sentía que había corrido toda la cancha y sudado la camiseta y que era otro el que anotaba el gol del triunfo. Me costaba reconocerlo pero la verdad era una sola: era un loser, un perdedor en todo su baboso apogeo.

Triste como estaba, hice lo único que queda hacer en estos casos: llegar a mi casa y tratar de pensar en que habuia pasado porque me paso algo asi ya dormido. Cuando me desperté, recapitulé, paso a paso, cada uno de los eventos de la noche y me encolericé por haber interpretado, tan soberbiamente, el papel de tarado. La culpable unánime era M. La guapa y tramposa M. A ella --tan querida, tan odiada-- va dedicado este post.

5/26/2009

Kiero tener una Novia ...

Cuando uno está con novia, la vida recupera algo de su decencia perdida. Los fines de semana, por ejemplo, ya no los inviertes en agarrarte a botellazos con tus amigos solteros en un esquina de mala muerte, ni en acudir en mancha a una de esas fiestas en las que ves la noche pasar acodado en una esquina. Cuando uno está con novia, los viernes y sábados son perfectos para una maratón de películas. Llegas a su casa, preparan juntos la canchita y se despanzurran descalzos en el sofá de la sala. O también pueden pedir una pizza por delivery y atravesar la noche al ritmo de cariños (o de cualquier juego de mesa en el que ella siempre te sacará la mugre). Engordas increíblemente cuando estás con novia, pero no lo lamentas, porque ella empieza a llamarte ‘gordito y hay algo poderosamente encantador en ese trivial diminutivo.

Cuando estás con novia, exploras otras maneras de cuidar tu cuerpo: te aplicas un poco de la crema exfoliante y también de la humectante y, por qué no, hasta de la hidratante de tu hermana. Y cuando vas al gimnasio solo miras las máquinas para brazos, pecho y espalda (que son los únicos músculos que, en el fondo, te interesa inflar). Cuando estás con novia puedes organizar salidas en parejas, inacabables con amigos, y hasta es más divertido programar algún viajecito afuera de Lima.

Una enamorada te ayuda a vestirte mejor. Una enamorada te enseña a cocinar. Una enamorada te insiste para que ordenes tu cuarto, cuides tu salud, organices tu agenda, te afeites dos veces por semana. Con una enamorada –como dice tus amigos enamorados– puedes ir al cine a ver comedias románticas sin sentir culpa. Una enamorada hace que tu mamá deje de sospechar inmediatamente que eres gay, y si eres gay, una novia te permite dudarlo.

Cuando estás con chica, dejas de mirar a todas las mujeres en la calle como un animal excitado y muerto de hambre, y solo observas a las más guapas con el rabillo del ojo. Cuando estás con novia, siempre tienes con quien bailar y eres la envidia de los solteros que se pasan la fiesta estáticos, maldiciéndote desde sus mesas.

Tener novia es tener alguien con quien comer helados y tomar algo después del trabajo. Es, desde luego, tener alguien con quien conversar sobre esas millones de cosas bonitas de las que tus amigos suelen burlarse. Con una novia puedes despertarte y sentir, ingenuamente, que nunca más estarás solo. Con una novia puedes pelearte sabiendo que en la reconciliación está el gusto. Yo no tengo novia. Y por todo eso te estoy buscando a ti.



Asi kiero estar con mi futura novia = )

5/24/2009

Mi primera enamorada - Mi primer amor

Con Estefanía estuve casi un año. Fue mi primera enamorada. Tanto tiempo ha pasado desde entonces que ya no me da vergüenza admitir que me enamoré de ella, no perdida, sino perdedoramente, como dice algún poeta. Tan embobado estaba tan feliz con Estefanía que su decisión de acabar la relación alteró -de polo a polo- todo mi ecosistema emocional. Cual si fuera el devastador Huracán, Estefanía atravesó mi adolescencia, llevándose todo a su paso, provocando violentos sismos y tsunamis en las regiones más agrestes de mi cuerpo; arrancándole postes, árboles, casas y vacas a la diminuta geografía de mi vida. Más que dolido, quedé damnificado. Por eso, cuando me entere que en ese entonces comenzó una relación con un chibolo de su colegio, a mi corazón le dio la garrotera.

Cuando te enteras de que tu primera enamorada comienza una relación, eres presa de una súbita mezcla de pánico y falsa condescendencia. Tomas la noticia con una falsa felicidad, pero por dentro oyes cómo avanza la lenta procesión de tus angustias.

Lo primero que yo hice al recibir la noticia fue examinarla, buscando el motivo más insignificante para decir -de puro picón- que me parecía bien atorrante que comience a rehacer su vida justo después que termino conmigo. Delante de mis amigos, criticaba ese tipo de comportamiento. Cuando estaba solo, en cambio, me abandonaba al retorcido y masoquista pasatiempo de recordar los momentos felices que pasamos juntos a tal punto de llorar y ver la manera de ver como podía volver con ella.

Herido en mi precario orgullo juvenil, decidí no asistir ese comportamiento y prometí delante de varios testigos que el día que haga una locura de decirle que moría por ella; me emborracharía hasta el amanecer y me divertiría como el más enajenado de los gileros. Eso, desde luego, no ocurrió. Un día antes de su cumpleaños quede con mi mejor amiga para sorprenderla, le pedí con disimulo que seria bueno para regalar a esa persona querida (‘pensaba en algo único’, argüí, más catastrófico que nunca no sabia que regalar y mi amiga como mujer que es me aconsejo a regalarle un caja de chocolates) ya en la noche me dirigí a su casa a 100 kilómetros por hora pensando en darle ese obsequio que demuestre todo mi amor por ella ya habiéndole dado el regalo me despedí como todo un caballero.

Al día siguiente fui con las ganas de ir a su casa y estar con ella en su cumpleaños me detuve afuera de su cuadra y me entere que había salido con su enamorado quedé paralizado. Nunca me he sentido tan irresoluto, tan alfeñique, tan profesionalmente maricón como esa vez. Yo habiéndole comprado aquel regalo y sin saber qué demonios hacer... Presa de un ataque de dudas, me dediqué a evaluar: Yo solo le compre una caja de chocolates su enamorado la invito a salir el mismo día de su cumpleaños que puedo hacer ¡Yo solo soy un EX!!! Que quedara para su recuerdo pensé: “¿Entro o no entro? Sería un idiota si me quedo afuera; la gente (o sea mis amigos) van a pensar ‘ay, Luis no vino por resentido, seguro que nunca lo superó’. Pero si entro, van a decir que no tengo dignidad. Lo correcto sería entrar. Pero ¿para qué?, ¿Para felicitarla, darle mi bendición y aplaudirla? ¿Para hacer un brindis en su honor, mentirle y asegurarle que estoy feliz por ella? ¿Para quedarme callado sin saber que demonios hacer? ¡Nicaragua! ¡Prefiero pasar por resentido antes que por un cojudo mas!”.

Horrorizado de mí mismo, ya al borde del desquicio, estudié una última y descabellada opción, la más osada y desquiciada de todas: arruinarle su cumpleaños. Sentí que sería el único acto que podría reportarme cierta decencia. Por un segundo me vi entrando a su zona para interrumpir su celebración, paralizar al auditorio y decir lo mío (que a esas alturas ya no sabía muy bien qué era).

En esas mongolitas cavilaciones andaba cuando vi que una muchedumbre abandonaba su casa. La reunión había terminado y yo seguí allí, afuera de su casa, estático, sin poder arrancar, pensando que Estefanía aparecería en cualquier momento y me vería tan entristecido y descompuesto. Felizmente, en un acceso de dignidad, reaccioné y recuperé el sentido común. Puse primera, hice rechinar mis piernas y huí despavorido, sin mirar atrás, como si acabara de asaltar un banco y hubiera fallado en el intento. Cuando llegue a casa solo atine a escapar a la azotea y fumar un paquete de cigarrillos ahí en mi sollozante llanto jure dejar las cosas tal y como estaban.




Esta foto es tomada por el celular de Angel


en la casa de Fiorela


wenos tiempos