5/24/2009

Mi primera enamorada - Mi primer amor

Con Estefanía estuve casi un año. Fue mi primera enamorada. Tanto tiempo ha pasado desde entonces que ya no me da vergüenza admitir que me enamoré de ella, no perdida, sino perdedoramente, como dice algún poeta. Tan embobado estaba tan feliz con Estefanía que su decisión de acabar la relación alteró -de polo a polo- todo mi ecosistema emocional. Cual si fuera el devastador Huracán, Estefanía atravesó mi adolescencia, llevándose todo a su paso, provocando violentos sismos y tsunamis en las regiones más agrestes de mi cuerpo; arrancándole postes, árboles, casas y vacas a la diminuta geografía de mi vida. Más que dolido, quedé damnificado. Por eso, cuando me entere que en ese entonces comenzó una relación con un chibolo de su colegio, a mi corazón le dio la garrotera.

Cuando te enteras de que tu primera enamorada comienza una relación, eres presa de una súbita mezcla de pánico y falsa condescendencia. Tomas la noticia con una falsa felicidad, pero por dentro oyes cómo avanza la lenta procesión de tus angustias.

Lo primero que yo hice al recibir la noticia fue examinarla, buscando el motivo más insignificante para decir -de puro picón- que me parecía bien atorrante que comience a rehacer su vida justo después que termino conmigo. Delante de mis amigos, criticaba ese tipo de comportamiento. Cuando estaba solo, en cambio, me abandonaba al retorcido y masoquista pasatiempo de recordar los momentos felices que pasamos juntos a tal punto de llorar y ver la manera de ver como podía volver con ella.

Herido en mi precario orgullo juvenil, decidí no asistir ese comportamiento y prometí delante de varios testigos que el día que haga una locura de decirle que moría por ella; me emborracharía hasta el amanecer y me divertiría como el más enajenado de los gileros. Eso, desde luego, no ocurrió. Un día antes de su cumpleaños quede con mi mejor amiga para sorprenderla, le pedí con disimulo que seria bueno para regalar a esa persona querida (‘pensaba en algo único’, argüí, más catastrófico que nunca no sabia que regalar y mi amiga como mujer que es me aconsejo a regalarle un caja de chocolates) ya en la noche me dirigí a su casa a 100 kilómetros por hora pensando en darle ese obsequio que demuestre todo mi amor por ella ya habiéndole dado el regalo me despedí como todo un caballero.

Al día siguiente fui con las ganas de ir a su casa y estar con ella en su cumpleaños me detuve afuera de su cuadra y me entere que había salido con su enamorado quedé paralizado. Nunca me he sentido tan irresoluto, tan alfeñique, tan profesionalmente maricón como esa vez. Yo habiéndole comprado aquel regalo y sin saber qué demonios hacer... Presa de un ataque de dudas, me dediqué a evaluar: Yo solo le compre una caja de chocolates su enamorado la invito a salir el mismo día de su cumpleaños que puedo hacer ¡Yo solo soy un EX!!! Que quedara para su recuerdo pensé: “¿Entro o no entro? Sería un idiota si me quedo afuera; la gente (o sea mis amigos) van a pensar ‘ay, Luis no vino por resentido, seguro que nunca lo superó’. Pero si entro, van a decir que no tengo dignidad. Lo correcto sería entrar. Pero ¿para qué?, ¿Para felicitarla, darle mi bendición y aplaudirla? ¿Para hacer un brindis en su honor, mentirle y asegurarle que estoy feliz por ella? ¿Para quedarme callado sin saber que demonios hacer? ¡Nicaragua! ¡Prefiero pasar por resentido antes que por un cojudo mas!”.

Horrorizado de mí mismo, ya al borde del desquicio, estudié una última y descabellada opción, la más osada y desquiciada de todas: arruinarle su cumpleaños. Sentí que sería el único acto que podría reportarme cierta decencia. Por un segundo me vi entrando a su zona para interrumpir su celebración, paralizar al auditorio y decir lo mío (que a esas alturas ya no sabía muy bien qué era).

En esas mongolitas cavilaciones andaba cuando vi que una muchedumbre abandonaba su casa. La reunión había terminado y yo seguí allí, afuera de su casa, estático, sin poder arrancar, pensando que Estefanía aparecería en cualquier momento y me vería tan entristecido y descompuesto. Felizmente, en un acceso de dignidad, reaccioné y recuperé el sentido común. Puse primera, hice rechinar mis piernas y huí despavorido, sin mirar atrás, como si acabara de asaltar un banco y hubiera fallado en el intento. Cuando llegue a casa solo atine a escapar a la azotea y fumar un paquete de cigarrillos ahí en mi sollozante llanto jure dejar las cosas tal y como estaban.




Esta foto es tomada por el celular de Angel


en la casa de Fiorela


wenos tiempos

2 comentarios:

Kr!§T!nA n.n dijo...

azu chvr ah
cristina mmmm
me gusto basstasnte ta genial

Kr!§T!nA n.n dijo...

lo mejor es k me hace pensar bastante ajaaaa... pero sip sip tu tus... vestigios escritos tan supr super.......ggggg
azu esk de veras de veritas me llego al bobo ahhh?
lo entiendo bnb bn debe ser por q tengo 15....ggg ta chvr
kuskitooooooo¡¡¡¡¡¡